
[...]
En medio de su disperso caminar, una voz proveniente de la cocina la hizo volver a la mansión. El corazón comenzó a latir con fuerza y la emoción consiguió que sus rodillas temblaran incontrolablemente. Allí estaba de pie una vez más junto a su familia esperando a los invitados para recibirlos de forma cordial a su suntuoso hogar.
Ambos, párroco y sobrino, entraron a la vez por el gran portón de mármol y con armonía se dirigieron al encuentro de sus anfitriones. El eclesiástico, por su parte parecía más que acostumbrado al nivel económico de la familia, sin embargo, el joven Bastian Brisson observaba con determinación cada rincón del recibidor. En su rostro no había rastro de asombro, o al menos no le pareció a Joséphine quien hizo una larga reverencia evitando cruzar su mirada con la de Bastian. Después de un intercambio de palabras entre los adultos, Claire invitó a que le siguieran al comedor donde una alargada mesa maciza ocupaba el centro de la instancia. Todo había sido decorado para la ocasión.
Joséphine recordó la última vez que había cenado en ese gran comedor. Ocurrió meses atrás, cuando los aires revolucionarios empezaban a llegar a Paris. No logró comprender ni una sola palabra de las que se pronunciaron esa noche y aunque lo hubiera hecho su padre le tenía terminantemente prohibido interrumpir las conversaciones varoniles. En aquella ocasión todo parecía mucho más detallado y minucioso. Incluso los señores Dumont de Sainte Croix vestían unos atuendos mucho más lujosos.
A lo largo de la cena todo se desarrolló con calma y sin ningún percance. La joven se supo comportar y al mismo tiempo miraba de reojo a ese muchacho que para ella era un misterio increíble con sus aires parisinos. Las risas inundaron la mansión tras las copas de una fuerte bebida alcohólica producto de la casa que el señor Dumont de Sainte Croix sirvió al párroco Timothée. Poco a poco fueron pasando las horas y sin darse cuenta la media noche les asustó al dar las doce el reloj de cuerda del colonial salón donde ahora hablaban placidamente.
Timothée, sonrojado, se levantó de su asiento y se disculpó con el alcalde. A continuación se despidió de las dos mujeres de la casa y seguido muy de cerca por su sobrino abandonaron la estancia para dirigirse de vuelta a la iglesia. La noche había pasado muy deprisa y los temas de conversación aunque insensibles totalmente para Joséphine no le habían hecho dormitar como en otras veladas. Con la emoción aun en el pecho y rezando haber causado buena impresión la pequeña se fue a dormir imaginando como sería besar a un chico más mayor que ella.
Algunas semanas pasaron después de aquella entretenida velada hasta que por fin estuvo a solas con Bastian Brisson, el joven más codiciado por las solteras del pueblo. No había chica que no suspirara por él. Se había convertido en una epidemia y todas se encargaban de ocuparlo día y noche para que pasara una estancia agradable. Con este revuelo entre las mujeres, los hombre de lugar no paraban de mirarlo con desprecio y desgana e incluso hubo alguno que le pidió al pobre párroco que encerrara a su sobrino o que lo mandara de regreso a Paris. A lo que por supuesto, don Timothée había respondido que sólo pasaría unos meses y no era más que un joven enamorado del arte.
Joséphine, quien había desistido completamente de él, nadaba tranquilamente en el lago cerca de su hacienda, despreocupada del mundo en el que vivía. Nunca se imaginó que al tumbarse en la tierra él saldría a su encuentro para hablar con ella.
- ¿De dónde has salido? – preguntó asustada la joven incorporándose y buscando a tientas su ropa para cubrirse
- Paseaba por la zona y te he visto – respondió Bastian acercándole la ropa
- ¿No estas un poco lejos del pueblo? – preguntó rápidamente Joséphine para evitar el silencio entre los dos, sin embargo al momento se le ocurrió otra pregunta más acusadora - ¿Hoy no tienes planes con alguna de las muchachas del pueblo? – se apresuró a preguntar antes de que respondiera
- Pues la verdad no. Hoy decidí que el día debía ser para algo productivo. Algo pasional. Verás, no tengo interés en cortejar a ninguna de todas esas jóvenes. La vida no se fundamenta en el amor carnal es algo más que eso – Bastian hablaba con armonía y al darse cuenta de que Joséphine le escuchaba atentamente y como una niña con juguete nuevo él continuo hablando sin parar durante horas.
La tarde pasó rápidamente y pronto el sol dejó de cubrir aquellos bastos terrenos. Cuando el joven Brisson dejó a Joséphine en casa esta corrió a su cuarto saltando y dando vueltas sin parar. Había sido la mejor tarde de su vida. Cada una de las palabras que salían de su maravillosa boca parecían pétalos que rozaban su fina piel. El sonido de su voz mezclado con el de la suave brisa e incluso el armonioso movimiento de sus manos al tratar de mostrarle la visión del mundo moderno. Cuantas ideas emanaban de su corpulento cuerpo. ¿Era posible que hubiera un mundo mejor fuera de ese pueblo? Las preguntas danzaban en su cabeza de forma desordenada. [...]
Ambos, párroco y sobrino, entraron a la vez por el gran portón de mármol y con armonía se dirigieron al encuentro de sus anfitriones. El eclesiástico, por su parte parecía más que acostumbrado al nivel económico de la familia, sin embargo, el joven Bastian Brisson observaba con determinación cada rincón del recibidor. En su rostro no había rastro de asombro, o al menos no le pareció a Joséphine quien hizo una larga reverencia evitando cruzar su mirada con la de Bastian. Después de un intercambio de palabras entre los adultos, Claire invitó a que le siguieran al comedor donde una alargada mesa maciza ocupaba el centro de la instancia. Todo había sido decorado para la ocasión.
Joséphine recordó la última vez que había cenado en ese gran comedor. Ocurrió meses atrás, cuando los aires revolucionarios empezaban a llegar a Paris. No logró comprender ni una sola palabra de las que se pronunciaron esa noche y aunque lo hubiera hecho su padre le tenía terminantemente prohibido interrumpir las conversaciones varoniles. En aquella ocasión todo parecía mucho más detallado y minucioso. Incluso los señores Dumont de Sainte Croix vestían unos atuendos mucho más lujosos.
A lo largo de la cena todo se desarrolló con calma y sin ningún percance. La joven se supo comportar y al mismo tiempo miraba de reojo a ese muchacho que para ella era un misterio increíble con sus aires parisinos. Las risas inundaron la mansión tras las copas de una fuerte bebida alcohólica producto de la casa que el señor Dumont de Sainte Croix sirvió al párroco Timothée. Poco a poco fueron pasando las horas y sin darse cuenta la media noche les asustó al dar las doce el reloj de cuerda del colonial salón donde ahora hablaban placidamente.
Timothée, sonrojado, se levantó de su asiento y se disculpó con el alcalde. A continuación se despidió de las dos mujeres de la casa y seguido muy de cerca por su sobrino abandonaron la estancia para dirigirse de vuelta a la iglesia. La noche había pasado muy deprisa y los temas de conversación aunque insensibles totalmente para Joséphine no le habían hecho dormitar como en otras veladas. Con la emoción aun en el pecho y rezando haber causado buena impresión la pequeña se fue a dormir imaginando como sería besar a un chico más mayor que ella.
Algunas semanas pasaron después de aquella entretenida velada hasta que por fin estuvo a solas con Bastian Brisson, el joven más codiciado por las solteras del pueblo. No había chica que no suspirara por él. Se había convertido en una epidemia y todas se encargaban de ocuparlo día y noche para que pasara una estancia agradable. Con este revuelo entre las mujeres, los hombre de lugar no paraban de mirarlo con desprecio y desgana e incluso hubo alguno que le pidió al pobre párroco que encerrara a su sobrino o que lo mandara de regreso a Paris. A lo que por supuesto, don Timothée había respondido que sólo pasaría unos meses y no era más que un joven enamorado del arte.
Joséphine, quien había desistido completamente de él, nadaba tranquilamente en el lago cerca de su hacienda, despreocupada del mundo en el que vivía. Nunca se imaginó que al tumbarse en la tierra él saldría a su encuentro para hablar con ella.
- ¿De dónde has salido? – preguntó asustada la joven incorporándose y buscando a tientas su ropa para cubrirse
- Paseaba por la zona y te he visto – respondió Bastian acercándole la ropa
- ¿No estas un poco lejos del pueblo? – preguntó rápidamente Joséphine para evitar el silencio entre los dos, sin embargo al momento se le ocurrió otra pregunta más acusadora - ¿Hoy no tienes planes con alguna de las muchachas del pueblo? – se apresuró a preguntar antes de que respondiera
- Pues la verdad no. Hoy decidí que el día debía ser para algo productivo. Algo pasional. Verás, no tengo interés en cortejar a ninguna de todas esas jóvenes. La vida no se fundamenta en el amor carnal es algo más que eso – Bastian hablaba con armonía y al darse cuenta de que Joséphine le escuchaba atentamente y como una niña con juguete nuevo él continuo hablando sin parar durante horas.
La tarde pasó rápidamente y pronto el sol dejó de cubrir aquellos bastos terrenos. Cuando el joven Brisson dejó a Joséphine en casa esta corrió a su cuarto saltando y dando vueltas sin parar. Había sido la mejor tarde de su vida. Cada una de las palabras que salían de su maravillosa boca parecían pétalos que rozaban su fina piel. El sonido de su voz mezclado con el de la suave brisa e incluso el armonioso movimiento de sus manos al tratar de mostrarle la visión del mundo moderno. Cuantas ideas emanaban de su corpulento cuerpo. ¿Era posible que hubiera un mundo mejor fuera de ese pueblo? Las preguntas danzaban en su cabeza de forma desordenada. [...]
*yo misma*
pd.: no he escrito gran cosa...pero es mejor que nada... hay que retocarlo aun!! Besos
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